Se acerca el Día del Educador, recuerdo por
estos días con mayor intencionalidad, a quienes con paciencia me formaron en
los primeros pasos por ese andar maravilloso que es la instrucción.
De aquellos maestros no olvido el sabor de su
rudeza que entonces juzgaba mal pero que con el tiempo aprendí a respetar e
incluso a imitar en tareas que cumplí de mayor.
Después llegó la adolescencia, los días de
locuras en fiestas y parrandas, aunque confieso que no fui de los que se
refugiaba en noches y madrugadas para calmar la sed de diversión, pero el
respeto por los que me formaban continuaba intacto.
Fue en esa adolescencia donde me enseñaron a
disfrutar la compañía de los míos, una buena película y la música de Roberto
Carlos, que aunque cursi, era la favorita de muchos.
Recuerdo también los días de diciembre, el
ajetreo de los padres que no encontraban el regalo justo para homenajear a
quienes sin esperar nada, nos brindaban la savia de su sabiduría, esa que es
como el vino, mientras más añejo, mejor.
Ya hoy en el ejército de los cuarentones me ha
tocado la noble tarea de educar y créanme que lo hago utilizando esos métodos
aprendidos de antaño, donde prefiero el reproche de mis alumnos a la rara
tranquilidad del acomodo.
De mis alumnos al igual que de mis maestros
aprendo cada día, les aseguro que comienzo a recoger el cariño y el respeto de
muchos, también la mala cara de otros que no comprenden la rudeza de mi actuar,
pero que algún día comprenderán que no fui el profe malo, sino el que con mano
dura y la razón en ristre, les enseñó que la educación, la instrucción y la sabiduría
no son objetos que se regalan, son regalos que se da a manos llenas cuando quien los recibe los
merece.
Dedico mis palabras a quienes en el duro bregar
de nuestros días, ofrecen sus esfuerzos y desvelos para educar a los demás. A
los maestros que sin ningún interés personal no cuentan horas de preparación
para entregar sus conocimientos, los que no esperan nada a cambio, solo el
reconocimiento y quizás una flor acompañada de un beso.
En este día de los educadores, para los que no
están nuestra gratitud y el recuerdo eterno por la labor realizada.
Hoy no tengo perfumes, jabones, un bucarito, ni
nada material, para todos ellos, mis maestros, solo el eterno respeto y mi
agradecimiento por ser hoy un hombre de bien, comprometido con su tiempo y dispuesto
a dar más en materia de educar.
"La enseñanza ¿quién no lo sabe?
es ante todo una obra de infinito amor"
José Martí